Sus manos eran humanas, al igual que su cara y sus pies, quien lo veía no hallaba gracia alguna en el, era como uno más pero con un don especial. Al cantar y tocar su guitarra sus manos dejaban de ser humanas, su cara y sus pies se transformaban haciendo de el un ánge lleno de gracia, como ningún otro.
María José Baracaldo
Para un ángel de la música.
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